Vivimos en un mundo que corre, que persigue, que empuja. Las personas se sienten vacías, y para llenar ese vacío entran en una carrera contra el tiempo. Profesiones, relaciones, riquezas, títulos, posiciones… todo para llenar algo que parece no tener fondo. Pero tarde o temprano, algo ocurre. Se dan cuenta de que nada de eso los llena. De que no importa cuánto logren o acumulen, la sensación de plenitud no aparece. Porque la idea de que hacer más, más y más nos llevará a estar plenos… es una ilusión. Lo único que produce es cansancio emocional, agotamiento mental y desconexión.

Yo también lo viví. Hasta que un día solté. Solté las expectativas externas y comencé a poner mi atención en lo que ya tenía. Ahí, en lo cotidiano, en mi día a día, encontré lo que siempre había buscado. No afuera, sino dentro. No en los logros, sino en la presencia. Comencé a construir mi vida desde mi ser, no desde lo que el mundo esperaba de mí.

Esto solo es posible cuando despiertas, cuando tomas consciencia. Cuando dejas de correr y comprendes que la vida no se trata de alcanzar algo allá afuera, sino de honrar tu propio camino. La felicidad no se persigue, se construye. Se cultiva desde lo que eres, desde lo que ya vives. Desde lo que Dios te ha dado.

Cuando dejas la ilusión de la mente, dejas de buscar en los demás lo que solo Cristo puede darte: sentido, dirección y plenitud. Descubrirte a ti misma, habitar tu presente y conectar con lo que haces cada día, es encontrar propósito. No el propósito de “la vida” como algo universal, sino el propósito de tu vida, que es único, personal, sagrado.

Cada alma tiene su ritmo, su forma de ver el mundo. Por eso es tan importante dejar de correr detrás de los caminos ajenos. Solo cuando cultivas tu mundo desde lo cotidiano, en comunión con Dios, has encontrado todo.

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Con Amor Kenia.!