Dios no es el causante del sufrimiento

Cristo vino a traernos libertad de la condenación del pecado y de la muerte. A través de su sacrificio, recibimos el regalo del perdón y la bendición de una vida renovada.

En Romanos 8:1-2 se nos dice: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.» Este pasaje nos recuerda que en Cristo ya no somos prisioneros de la culpa o el temor; en Él somos liberados.

Es común que algunas personas atribuyan a Dios el sufrimiento que experimentan, pensando que Él permite el mal para enseñar lecciones a la humanidad. Pero esta visión está lejos de la verdad. ¿Acaso un padre o una madre amorosa causaría daño a sus hijos para que aprendan? Si nosotros, con todas nuestras limitaciones, sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos, ¿cuánto más lo hará Dios, que es el Amor perfecto?

El sufrimiento que vemos en el mundo no proviene de Dios. Satanás influye en los pensamientos de las personas, y estos pensamientos dan lugar a emociones que, a su vez, se manifiestan en acciones. Sin embargo, es importante recordar que Satanás no tiene poder por sí mismo; el único poder verdadero es el de Dios. Aunque Satanás busca influir a través de la humanidad, no es él quien mata, viola, roba o secuestra. Son las personas, movidas por esa influencia negativa, quienes cometen estas atrocidades.

Dios estableció una ley desde el principio, la ley de la siembra y la cosecha. «Lo que el hombre siembra, eso cosechará». Esta es una verdad eterna. El adversario siempre ha querido alejarnos de Dios, y su objetivo es que desobedezcamos la ley del amor. Cuando violamos esa ley, el sufrimiento y la desgracia entran en nuestra vida.

Cuando maldecimos a otros, cuando promovemos el mal o criticamos de manera despectiva a nuestro prójimo, violamos esta ley sagrada. Si siembras odio, cosecharás odio. Si siembras división, experimentarás separación en tu vida. La cosecha siempre refleja lo que hemos sembrado.

Nuestras palabras crean nuestra realidad. Todo lo que sucede en nuestra vida está influenciado por las palabras que pronunciamos, pues cada palabra es una semilla que da fruto, para bien o para mal. Cuando violamos la ley del amor, activamos contra nosotros mismos la ley de la siembra y la cosecha. Si hablamos desde el odio, la ira o la envidia, abrimos la puerta para que el reino de las tinieblas entre y cause estragos. No es Dios quien trae desgracias a nuestra vida; son nuestras propias palabras las que pueden atraer el sufrimiento.

Cristo vino para liberarnos de la ley del pecado y de la muerte. Solo Él tiene el poder para restaurarnos de los estragos del mal. Él es la propiciación por nuestros pecados, y solo aquellos que se entregan a Él y creen en Su poder reciben la fortaleza para destruir las obras del enemigo. Como dijo Cristo: «Si tu ojo es bueno, todo tu ser estará lleno de luz». La manera en que miras a los demás afecta tus sentimientos y tu corazón. Si tu ojo es oscuro, tu ser se llenará de tinieblas.

Cada vez que violamos la ley del amor a través de nuestras palabras o acciones, colaboramos con el sufrimiento en el mundo. Las maldiciones que enviamos hacia otros, eventualmente, regresan hacia nosotros. Porque, como enseña la Palabra: «Por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.»

La buena noticia es que Dios no nos ha dejado sin esperanza. En su infinita bondad, envió a su Hijo para que todo aquel que ponga su fe en Él sea liberado de las acechanzas del mal. Cuando acudimos a la ley del perdón, Cristo nos abraza con su gracia, nos hace sus hijos, y nos traslada del reino de las tinieblas al reino de la luz. Él nos llena de su Espíritu, dándonos el poder para vivir en la luz y ser renovados por la verdad de su Palabra. Ahora vivimos bajo los valores del Reino al cual pertenecemos, protegidos y guiados por los ángeles del Señor.

Mi invitación para ti hoy es que rompas toda maldición que el enemigo ha intentado imponer sobre tu vida a través de tus palabras. Pide perdón, y deja que la gracia de Cristo te libere de la ley del pecado y de las consecuencias de lo que has sembrado en el pasado. No estás solo; Cristo te ofrece su amor, su protección y la oportunidad de restaurar lo que el enemigo ha intentado destruir.

Cuando tomas conciencia del poder de tus palabras, y reconoces que tanto el Reino de Cristo como el reino de las tinieblas responden a lo que dices, te vuelves más intencional y cuidadoso con ellas. Las palabras que salen de un alma que no ha sido regenerada por el amor de Cristo no son inocentes, y pueden atraer oscuridad y dolor.

Hoy te invito a dejar de culpar a Dios por tu sufrimiento y a asumir la responsabilidad de tus acciones. Cuando violamos la ley del amor, abrimos la puerta para que la desgracia entre en nuestras vidas, afectando nuestra salud, nuestras relaciones y nuestra economía. Pero recuerda, Cristo no vino a condenar al mundo, sino a traer salvación y restauración. Lamentablemente, muchas veces las personas eligen permanecer en la oscuridad en lugar de caminar hacia la luz.

Si no sabes cómo acudir a la ley del perdón, te invito a que me contactes. Con gusto te enviaré una oración poderosa que te servirá como un punto de partida, una guía en tu camino hacia la liberación. Recuerda: si tu ojo es bueno, todo tu ser estará lleno de luz. Que Dios te guíe en este hermoso proceso de liberación y restauración. ¡La luz de Cristo está siempre disponible para ti!

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