Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. santiago 1: 3-6.

En algún momento de nuestras vidas, todos enfrentamos situaciones difíciles que nos sacuden hasta lo más profundo. Esas experiencias pueden ser devastadoras, robándonos la confianza en los demás y llevándonos a vivir una vida aislada, como si nos protegiéramos instintivamente de volver a enfrentar esas realidades dolorosas. El resultado de tal vivencia deja un profundo sentido de soledad y desconfianza, sin paz para aquellos que viven constantemente en guardia, temiendo que todos actuarán de la misma manera.

Durante mucho tiempo, me vi inmersa en esa oscuridad a causa de diversas situaciones en mis relaciones interpersonales. Sin embargo, en medio de esos desafíos, mi confianza en Dios permaneció firme. Nunca dejé de refugiarme en Él cuando pasaba por momentos difíciles, ni de avanzar en mi crecimiento espiritual, porque sabía que el Señor me había redimido. En Su palabra, encontré consuelo y entendimiento: «En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Mi comprensión del sufrimiento fue elevada.

Aprendí que todo lo que sucede en la vida tiene un propósito, y debemos llegar al entendimiento de que, cuando enfrentamos dificultades, debemos elevarnos por encima de ellas y buscar fortaleza dentro de la palabra de Dios. En esta vida, sin duda enfrentaremos aflicciones. La verdadera cuestión es cómo vamos a responder. Si permitimos que las dificultades nos abrumen hasta el punto de abandonar nuestra confianza en el poder del evangelio, viviremos derrotados todo el tiempo.

Por el contrario, si vemos las pruebas, las dificultades y los desafíos como oportunidades para crecer y mostrar el carácter de aquel que nos habita, entonces habremos aprendido a elevarnos por encima de todas esas realidades humanas que enfrentamos. Cuando obtengamos el entendimiento para ver esas realidades como parte de nuestro entrenamiento, podremos tener gozo en medio del dolor y la soledad, paz en medio de la traición.

Es en ese punto que podremos ser usados por Dios para ayudar a otros, porque hemos comprendido el mecanismo de respuesta a las realidades humanas. Ya no nos dejamos dominar por el sentimiento que producen las dificultades, sino que actuamos conforme al nuevo hombre que ha sido formado en nosotros precisamente mediante la superación de esas dificultades.

Todo lo que nos sucede en la vida tiene un propósito. Si estamos en Cristo, nada se desperdicia. Estas situaciones son las que nos darán autoridad para ser la boca de Dios, porque podremos hablar desde nuestra experiencia y de cómo Dios nos ha capacitado para salir victoriosos de cada una de ellas. Ya no hablaremos por suposición, sino por convicción, y ese es el testimonio que transformará a quienes nos escuchan. No hay mayor impacto en una persona que el poder de un testimonio personal.

Todos tenemos la necesidad de un redentor, y ya ha venido y está disponible para todo aquel que cree en Él y lo acepta como su Señor y Salvador.

Bendiciones.

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