Necesitamos retornar a la posición correcta; el enemigo de nuestras almas nos ha llevado a abandonar el lugar que Dios desea para nosotros. Las mentiras que nos susurra sugieren que donde nos encontramos es insignificante, que necesitamos algo más grande, más maravilloso. Esta estrategia fue empleada con nuestros primeros padres, induciéndolos a abandonar la autoridad que el Padre les había otorgado, convenciéndolos de que en esa posición serían insignificantes.
Con frecuencia, despreciamos el lugar donde Dios nos ha colocado porque no refleja lo que nos han prometido o no es un sitio donde otros nos reconozcan o admiren. Sin embargo, rechazar nuestro llamado constituye una desobediencia directa a Dios. Cuando el enemigo logra movilizarnos de nuestra posición de guerra, nos convertimos en su presa fácil. La rebeldía, el descontento con lo que tenemos, nos lleva a la desobediencia contra Dios.
Es crucial arrepentirnos y pedir a Dios que nos revele el camino que ha preparado para nosotros. Las historias de otros pueden inspirarnos, pero no son nuestra propia historia. Debemos buscar realizar aquello para lo cual Dios nos ha llamado, estando en el lugar donde seremos productivas para el reino de los cielos.
Nuestros deseos egoístas y nuestro carácter orgulloso nos impulsan a menospreciar lo que poseemos y a anhelar la vida, el trabajo, el ministerio y la familia de los demás. Debemos buscar incansablemente la voluntad de Dios. Solo cuando Dios nos muestre el camino que ha diseñado para nosotras, sentiremos que hemos hallado nuestro propósito y sentido en esta vida.
Al abandonar nuestra posición para ir a otra que no nos corresponde, el enemigo obtiene ventaja, pues sabe que no es el lugar que Dios ha destinado para nosotros. No debemos creer las mentiras del enemigo cuando nos tienta, diciéndonos que lo que tenemos es insignificante. Recuerda que Satanás es el padre de mentiras; es un engaño lo que nos está diciendo. Su único propósito es lograr que abandonemos nuestro lugar y desobedezcamos a Dios, para luego traer males a nuestras vidas.
Cuando estamos angustiados, no podemos orar, ayunar, servir, adorar; no podemos cumplir con lo que Dios espera. Es hora de arrepentirnos y pedir al Padre, en el nombre de Jesús, que nos traiga respuestas a través del Espíritu Santo, que nos muestre qué espera Dios que hagamos. Ya sea que seas esposa, madre, maestra o hija, pídele a Dios que te revele lo que espera de ti personalmente, no de tu iglesia, esposo o hijos.
Debes estar atenta a las señales, porque Dios te las mostrará; su voluntad es que caminemos en obediencia. Es esencial que los hijos del reino regresen a su posición de guerra, ya que es desde allí que seremos efectivos para el reino de los cielos y representaremos una amenaza para el mundo de las tinieblas. Que Dios te bendiga. Si sientes que Dios te habla, déjame un comentario para saber de ti.